CARTA ÚLTIMA A LA ESCRITORA LUISA MERCEDES LEVINSON
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"QUERIDA LISA" (fragmento) - Publicado en el diario "El tiempo" 04/Abril/1993

Por SEBASTIÁN JORGE

Esta carta surge como una necesidad interior y de alguna forma, anterior: hace mucho que pienso en vos, Lisa. Pero voy a ser honesto: estas líneas se vieron aceleradas por un llamado reciente que recibí de Laura Nicastro, preocupada por el silencio caprichoso que ha rodeado a tu obra. Quizá no sea muy diferente o menos caprichoso que otros silencios acontecidos en torno de importantes escritores. Borges insistía en querer el olvido a toda costa, pero nos trampeó: se quedó ciego, andaba ayudado por su bastón y decía cosas absurdas que llamaban la atención del periodismo y fue noticia y sigue siéndolo. Vos sólo te atrevías a cantarnos un tango de vez en cuando o invitarnos a ver la representación bailada de La Isla de los organilleros. Cuando no, íbamos todos los 5 de enero a la invitación ya tácita a tu casa de 11 de Setiembre, de Belgrano, para los que conocemos el tema, La casa de los Felipes. Ahí aparecían Juan Carlos Ghiano, Bernardo Ezequiel Koremblit -quien muchas veces te presentó con sus geniales humoradas-, Rubén Vela y su hija Alejandra, Ulises Petit de Murat -eternamente enojado con Homero Manzi porque se había hecho justicialista-, Gudiño, Juan José de Urquiza y mucha gente del Pen Club. Uno de los 5 de enero inolvidables fue el de 1982, cuando Delfín Leocadio Garasa presentó tu libro Ursula y el ahorcado, en la librería de la vuelta.
Y las tertulias literarias que organizabas en tu casa, entre búhos y gatos, cómo no recordarlas: venían Christian Wildner, Perla Chirom, Laura Nicastro, Leonor Calvera, Mildred Burton, Ramona y yo. Leíamos mientras Rubencito se entretenía jugando con el gato a través del vitral que daba al jardín. Me mandabas a la bodega del sótano a buscar el vino y más de una vez, aún con la ayuda de Willy, trastabillábamos en la escalerita. Alguno de tus personajes -seguramente- la movía. Cuánto aliento nos dabas con tus consejos, cuántas anécdotas preciosas nos contabas. Como la confección de La hermana de Eloísa, cuento que escribiste en colaboración con Borges, mentado en varias caminatas por Adrogué y Lomas de Zamora. ¿Así que con él aprendiste y supiste de la paciencia de corregir? Y sí: cuando me leías los originales de El último zelofonte, noté una escritura a mano encima de la dactilográfica y otra encima de la primera corrección a mano. ¿Te acordes de la presentación en Sudamericana del Zelofonte? Ahí estaban Ernesto Schóo, María Chimondeguy, Gudiilo, Enrique Pezzoni -como siempre colgando de un cigarrillo-, Gloria y Emilio Rodrigué, Arturo Infante, entre otros que me es imposible ahora recordar. No me voy a olvidar nunca de cuando te leí La deserción y de cómo nos divertimos al leer Quasimodo, entre porciones de queso y vino. Siempre me alentastes a seguir y todos -lo sé- sentíamos ese hálito como una bendición constante. Ah... ¿recibiste la carta de César Magrini? Y te habrás enterado del homenaje que te hicimos en la Feria con Perla, Laura, Delfin y Leonor, a poco de tu partida y de otra emotiva recordación en Centoira con Rubén y todos tus amigos: ahí escuchamos tu voz.
En otra oportunidad, en la cortada De Las Artes, perpendicular a Arenales, bromeábamos con Diego Barracchini (el autor de Ariadna en la ciudad) y si la memoria no me falla, fue esa una de las presentaciones de A la sombra del búho, el libro favorito de Ramona. A propósito, esta obra desencadenó el Premio de las Palmas Académicas del Gobierno de Francia, acto imposible de olvidar, realizado en el Club Francés, donde recuerdo la presencia de Juan Cicco y de Enrique Anderson Imbert. Estaba también Claude Demagrigny -he buscado a su hija para entregarle mi nota sobre Cajamarca, infructuosamente- y Aldo Gaglionnonne. Hay una foto de los tres que publicó el Sol de Quilmes: vos, Claude y Aldo. Ahora, mientras escribo esto relacionado con Francia, me viene a la memoria cuando me leíste poemas de Robert Sabatier, qué diablos, qué asombro. Y cómo nos asombramos aquella noche leyendo un fragmento de Borrasca en las Clepsidras de Laura de Castillo.

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